viernes, 30 de agosto de 2013

La medida del tiempo. Parte III

Algo se quebró en mi interior al recordar esas palabras escritas, cargadas de ilusiones. Lloré amargamente. Cuando me serené, toqué el timbre.
 Instantes después apareció una mujer con el pelo corto y ondulado, cobrizo, unos ojos grandes y almendrados, surcados por el inicio de las arrugas, una boca fina.
 Me miró inquisitiva, esperando que hablase. Reuní todo el valor que pude. Me pasé la mano por mi ensortijado pelo, y pregunté:
- ¿Es usted la señora Amanda De Rahel?
 Ella me miró, con una ferviente sonrisa, parecía que empezaba a recordar. 
-Pasa. -Me invitó-. ¿Quieres un colacao?-Me guiñó un ojo.- Tengo bizcocho de zanahoria, ¿lo has probado alguna vez?
 Vaya, parece que el exilio le había sentado bien. Había mejorado sus dotes culinarias.
 Mientras que ella estaba en la cocina, yo eché un vistazo al salón. Qué decoración más exquisita. Todo eran cuadros y relojes. Multitud de cuadros, muchos de ellos de pinturas surrealistas. 
En ellos podías observar desde castillos flotantes, como búhos colgados de lianas, enredaderas que se enroscaban a las nubes, o puentes hacia el infinito. 
Cuánta magia desprendían aquellos retazos de irrealidad. Ella se adentró en el salón.
 -¿Te gustan?- Me preguntó sinceramente. Creo que era una pregunta retórica...
 Mi cara de embobamiento lo decía todo. No necesitaba palabras. Ella me miró con los ojos cargados de ternura.
 -Son todos míos. ¿Recuerdas la nota que te dejé cuando me fui? Me refería a esto. Al fin encontré mi vocación. Ahora soy realmente feliz... Incluso creo que podría volver a vivir con tu padre. No me gustaría dejar las cosas así...
 Habían pasado doce años. Renació el resentimiento que creció conmigo, sustituyendo esa figura maternal que me había abandonado (nos había abandonado). 
¿Porqué había necesitado tanto tiempo? ¿Acaso no podría habernos visitado alguna vez, haber mantenido el contacto? Lo hubiese comprendido... Pero no, ella prefirió vivir en esa casa de madera, en una antigua aldea sepultada por un bosque, alejada del mundo. Me he pasado estos últimos meses buscándola.
 Ahora que la había encontrado... No podía hacerle esto.
 Guardaría mi rencor a un lado para recuperar el tiempo perdido.
 Le toqué el brazo, lo apreté en ademán cariñoso y le dije la verdad: 
- Mamá... papá murió hace años. (Las palabras se atragantaban en mi garganta). Ya sabes que no descansaba, descuidaba su salud... todo por esos malditos relojes. Cuando se enteró de que te habías ido, se sumió en una profunda tristeza. Ya no salía del taller para nada, literalmente sumergido en sus relojes. Se mostraba huraño con la clientela, la gente dejó de acudir.
 Me tuve que hacer yo cargo de la relojería, mientras intentaba que entrase en razón y saliese de allí a buscarte. Con el tiempo, perdió la cordura. 
Deliraba y decía cosas sin sentido, siempre acerca de los relojes. 
A veces tenía pequeños momentos de lucidez, y los aprovechaba para lamentarse de lo mal marido que había sido. De que no te había dado el cariño y la atención que tú necesitabas.
 No se había entregado a ti como tú habias hecho. Antes de que perdiese por completo la razón, me dió esto para ti. (Saqué una cajita de mi chaqueta). 
Estaba tallada en madera, era cuadrada con una cenefa redondeada esculpida en la tapa superior. Ella, emocionada, la abrió. En su interior, había una réplica de un reloj de bolsillo, dorado, cargado de rubíes, zafiros y amatistas. Una auténtica joya. 
Poseía una cadena plateada lisa rodeada por unas hojitas pequeñas de hiedra, doradas. -Esta "réplica" en realidad es la original. La encargó un adinerado cliente para su mujer.
 Padre la creó con todo su empeño y esmero, puso tanto amor en ella que no fue capaz de entregársela a aquel caballero. Por eso decidió hacer una copia, parecían prácticamente iguales, pero si las comparabas, podías ver que la original rebosaba magia, sueños, ilusiones y fantasía por todos sus poros.
 Y esque llevaba la esencia del limpio corazón de papá. Me la entregó como un tesoro, como una reliquia. Ahora, al fin, llega a tus manos. -Callé.
 El silencio fue roto por sus sollozos, su pecho desgarrado. Se apoyó en mi hombro y vertió sus lágrimas, tiernamente, liberándolas como un soplo de paz. 
Yo, conmocionado, me fundí con ella en un cálido abrazo. Recogí sus lágrimas con mis dedos.
 -Vamos, mamá, sabes que a papá no le hubiese gustado verte así. ¡Aún tienes muchas cosas que contarme! Y comencé a hacerle cosquillas, provocando su risueña risa. Ahora teníamos toda una eternidad para compartir ese valioso tiempo, aquel que tanto atesoraba mi padre.







2 comentarios:

  1. Realmente bueno, precioso, he disfrutado el poco tiempo que ha durado... =P

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    1. Muchas gracias!!! ^^ Lo mejor es poder jugar con el tiempo a mi antojo, aunque sea solo mediante palabras :)

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