lunes, 19 de agosto de 2013

El final esquivo que no quería ser escrito

Nina no era más que una joven chica de diecisiete lunas llenas recién cumplidas.
Iba camino de ser mujer, aunque ella aseguraba que no quería perder su inocencia tan pronto.
Probablemente, jamás lo haría.
Ella era sencilla, transparente, cristalina. No había amado nunca, los rechazos y no correspondidos la habían acompañado siempre. Ella había sentido cosas, pero no sería justo asociarlas con el amor.
Como consecuencia, había creado una burbuja en torno a su corazón.
Más resistente de lo que parecía. La rodeaba un aura de ternura e ilusión.
Aunque a veces se sentía impotente por parecer tan frágil ante los demás.
Pocos sabían del vendaval de ideas que bullían en su mente, o la rebeldía ante ser limitada
que ocultaba su corazón.
Un verano, como otro cualquiera, una semana de oportunidades cayó del cielo.
Como por magia de arte.
Voló a Broadstairs, y emprendió un aprendizaje un tanto mediocre del inglés.


----------------------------------------------
 Y no sé cómo continuar. El problema es que me quedo atascada siempre en la parte en la que vienes tú.
¿Te lo puedes creer? Tú eras el que me animabas a escribir, a fluir toda la madeja de pensamientos que había dentro de esta (a veces atontada) mente. Y es que siempre estaba en mis mundos, inexistentes.
Con la mirada perdida, recreándome en tu sonrisa. Siempre tenías un nuevo engaño para hacerme volver a tierra firme. Con lo que yo ansiaba volar. Y mira que querías que volase contigo, pero no de la misma forma.
Eso fue lo que nos perdió. Distintos intereses. Hay maneras, y maneras de sentirse vivo. No teníamos el mismo concepto de soñar. Había chispa, pero no fuego.
Pero esa chispa era pura magia, no me quemaba, sino que creaba un reconfortante cosquilleo en mis mejillas. Coloreaba mi esencia. El problema es que tú querías más, y yo no fui capaz de satisfacerte.
Pretendías que fuese una mujer, de ideas claras y mente fría. Pero sigo siendo una cría. Una cría madura, sí, pero con unas tremendas carencias emotivas. Ya te advertí que mi interior no era bueno, que tenía oscuridad por miles de infiernos. Había estado alimentado todos estos años al monstruo que se cebaba con mi soledad, mis miedos, con mi desconfianza, inseguridades y autocompasión. Me devoraba. Llevaba mi propia prisión dondequiera que fuese. Aún no me he zafado de tal engendro. Lo peor es que ahora, tú le suministras indiferencia. Y qué quieres que te diga, preferiría un final letal a un desenlace incierto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario