viernes, 30 de agosto de 2013

Perseidas

"Nuestros cuerpos están hechos de las cenizas
 de estrellas que murieron hace mucho tiempo''
James Dean


 

 


 Voy a quedarme en mi galaxia.
 Rodeada de tenues estrellas que me elevan.
 Sí, allí me quedaré. Protegida del frío ardiente, del fresco ardor. 
Porque yo no soy nada más que eso, una débil estrella en tu cielo.
 Una estrella que se apaga, pero que por breves instantes renace del polvo estelar,
mostrándose firme y poderosa. Si fueses capaz de ver todo lo que hay en mí...
 Hay un deslumbrante potencial, escondido por una gran nebulosa. 
¿Y quién dijo que una estrella  no pudiese amar? Miserable idiota.
 Ella es capaz de leer los corazones, de interpretar el murmullo de la ventisca, de escuchar entre auras. 
Pero esta deslumbrante estrella también puede ser sobrepasada por el vacío.
 Tentada por la oscuridad, se arrastra hacia un salvaje agujero negro, privada de su libertad.



La medida del tiempo. Parte III

Algo se quebró en mi interior al recordar esas palabras escritas, cargadas de ilusiones. Lloré amargamente. Cuando me serené, toqué el timbre.
 Instantes después apareció una mujer con el pelo corto y ondulado, cobrizo, unos ojos grandes y almendrados, surcados por el inicio de las arrugas, una boca fina.
 Me miró inquisitiva, esperando que hablase. Reuní todo el valor que pude. Me pasé la mano por mi ensortijado pelo, y pregunté:
- ¿Es usted la señora Amanda De Rahel?
 Ella me miró, con una ferviente sonrisa, parecía que empezaba a recordar. 
-Pasa. -Me invitó-. ¿Quieres un colacao?-Me guiñó un ojo.- Tengo bizcocho de zanahoria, ¿lo has probado alguna vez?
 Vaya, parece que el exilio le había sentado bien. Había mejorado sus dotes culinarias.
 Mientras que ella estaba en la cocina, yo eché un vistazo al salón. Qué decoración más exquisita. Todo eran cuadros y relojes. Multitud de cuadros, muchos de ellos de pinturas surrealistas. 
En ellos podías observar desde castillos flotantes, como búhos colgados de lianas, enredaderas que se enroscaban a las nubes, o puentes hacia el infinito. 
Cuánta magia desprendían aquellos retazos de irrealidad. Ella se adentró en el salón.
 -¿Te gustan?- Me preguntó sinceramente. Creo que era una pregunta retórica...
 Mi cara de embobamiento lo decía todo. No necesitaba palabras. Ella me miró con los ojos cargados de ternura.
 -Son todos míos. ¿Recuerdas la nota que te dejé cuando me fui? Me refería a esto. Al fin encontré mi vocación. Ahora soy realmente feliz... Incluso creo que podría volver a vivir con tu padre. No me gustaría dejar las cosas así...
 Habían pasado doce años. Renació el resentimiento que creció conmigo, sustituyendo esa figura maternal que me había abandonado (nos había abandonado). 
¿Porqué había necesitado tanto tiempo? ¿Acaso no podría habernos visitado alguna vez, haber mantenido el contacto? Lo hubiese comprendido... Pero no, ella prefirió vivir en esa casa de madera, en una antigua aldea sepultada por un bosque, alejada del mundo. Me he pasado estos últimos meses buscándola.
 Ahora que la había encontrado... No podía hacerle esto.
 Guardaría mi rencor a un lado para recuperar el tiempo perdido.
 Le toqué el brazo, lo apreté en ademán cariñoso y le dije la verdad: 
- Mamá... papá murió hace años. (Las palabras se atragantaban en mi garganta). Ya sabes que no descansaba, descuidaba su salud... todo por esos malditos relojes. Cuando se enteró de que te habías ido, se sumió en una profunda tristeza. Ya no salía del taller para nada, literalmente sumergido en sus relojes. Se mostraba huraño con la clientela, la gente dejó de acudir.
 Me tuve que hacer yo cargo de la relojería, mientras intentaba que entrase en razón y saliese de allí a buscarte. Con el tiempo, perdió la cordura. 
Deliraba y decía cosas sin sentido, siempre acerca de los relojes. 
A veces tenía pequeños momentos de lucidez, y los aprovechaba para lamentarse de lo mal marido que había sido. De que no te había dado el cariño y la atención que tú necesitabas.
 No se había entregado a ti como tú habias hecho. Antes de que perdiese por completo la razón, me dió esto para ti. (Saqué una cajita de mi chaqueta). 
Estaba tallada en madera, era cuadrada con una cenefa redondeada esculpida en la tapa superior. Ella, emocionada, la abrió. En su interior, había una réplica de un reloj de bolsillo, dorado, cargado de rubíes, zafiros y amatistas. Una auténtica joya. 
Poseía una cadena plateada lisa rodeada por unas hojitas pequeñas de hiedra, doradas. -Esta "réplica" en realidad es la original. La encargó un adinerado cliente para su mujer.
 Padre la creó con todo su empeño y esmero, puso tanto amor en ella que no fue capaz de entregársela a aquel caballero. Por eso decidió hacer una copia, parecían prácticamente iguales, pero si las comparabas, podías ver que la original rebosaba magia, sueños, ilusiones y fantasía por todos sus poros.
 Y esque llevaba la esencia del limpio corazón de papá. Me la entregó como un tesoro, como una reliquia. Ahora, al fin, llega a tus manos. -Callé.
 El silencio fue roto por sus sollozos, su pecho desgarrado. Se apoyó en mi hombro y vertió sus lágrimas, tiernamente, liberándolas como un soplo de paz. 
Yo, conmocionado, me fundí con ella en un cálido abrazo. Recogí sus lágrimas con mis dedos.
 -Vamos, mamá, sabes que a papá no le hubiese gustado verte así. ¡Aún tienes muchas cosas que contarme! Y comencé a hacerle cosquillas, provocando su risueña risa. Ahora teníamos toda una eternidad para compartir ese valioso tiempo, aquel que tanto atesoraba mi padre.







La medida del tiempo. Parte II

 Cuando amaneció,mientras que la luz  se filtraba por las rendijas de la persiana, me levanté, y acudí rápidamente al cuarto de mis padres. Estaba vacío.
 No me lo pensé dos veces, cogí la bici y me encaminé hacia la relojería.
 Le conté a mi padre que mamá no estaba, aunque me reservé lo sucedido la noche anterior para mí mismo. Él me dijo que no me preocupase, tal vez hubiese salido a comprar o a dar un paseo.
 -Seguro que vuelve para la hora de  comer- Me revolvió el pelo y siguió con su trabajo: un magnífico reloj de agua, clepsydra se hacía llamar.
 En su interior, contenía un líquido azulado con destellos dorados y unas mini estrellitas de colores, muy originales. Una delicia para los ojos, aunque esa forma de medición fuese bastante inexacta. 
Los clientes no siempre buscaban lo clásico, y a mi padre gustoso, le encantaba innovar. Le guiñé un ojo, (tal y como me había enseñado, como arma para "conquistar chicas" según él). 
A mí por aquel entonces me interesaba poco eso, prefería tirarles de los pelos o chincharlas en el colegio. Salí de la relojería un poco más tranquilo, y volví a casa. 

Era sábado por la mañana.
 Llegó la hora de comer y no apareció nadie. La preocupación volvía, y no era expresamente por mi padre. Comí cualquier minucia que encontré en la nevera y continué la paciente espera.
 Acabé dormido entre los cojines del sofá. Cuando desperté, tenía la sensación de que había dormido siglos. Estaba anocheciendo, y yo estaba totalmente desorientado.
 Me desperecé. ¿Qué hora sería?
 Me asomé al reloj de la cocina. ¡Las nueve! Madre mía. ¡Condenado reloj!
Removí toda la casa buscando la presencia de alguien. Estaba asustado.
 Llevaba todo el día sin saber de mamá. Movido por un presentimiento, volví a mi habitación. 
Miré debajo de la almohada, esperando encontrar algo. Efectivamente, mis dedos se toparon con una carta. Rasgué el sobre y saqué una nota escrita:

"Hola cariño.
Siento tener que decirte esto, pero... me he marchado. En busca de mis sueños. Ya que tu padre ha dado con los suyos, y sabes que es el hombre más feliz del mundo. Pero yo aún no he cumplido mi destino, y siento que ya ha llegado la hora. Me entenderás cuando seas mayor. Dile a tu padre que lo quiero, que no se sienta culpable. Todos estos años a su lado (a vuestro lado) han sido maravillosos. Os llevaré en mi corazón siempre. Aunque me vaya lejos, no olvides que estaremos mirando el mismo cielo. 
Te quiero"

La medida del tiempo. Parte I

La medida del tiempo. Siempre constante, precisa.
 Manecillas corriendo en contra del tiempo. Luchando por absorber vida de esencias inocentes. 
De pequeño, temía entrar en el taller de mi padre. Había muchísimos relojes. Pequeños, grandes, angulares, de péndulo, de cuco, con formas estrafalarias, sencillos o austeros.
 Infinidad de circunferencias que marcaban el tiempo. Para mí, aquello era una pesadilla. Temía que me absorbiesen la vida. ¿Y si de noche, entre las sombras, se aliaban para acribillarme con sus agujas? 
¿Y si quedaba atrapado entre sus esferas? Y si me convertía en la arena que caía con hastío, deslizándose por el estrecho camino... Hasta llegar a la otra orilla del cristal.
 Todo eran miedos infundidos por mi inagotable imaginación. Sonreí con el recuerdo.
 Era una media sonrisa rota. En mi cabeza se agolparon breves instantáneas de mi padre, 

el afable relojero. Padre con sus pequeños ojos, ocultos por unas lentes redondas, 
su gran nariz aguileña y su simpático bigote. 
Él  detrás del mostrador, encandilando al cliente con sus conocimientos sobre cada pequeño detalle del reloj, con esmero y pasión. Dedicaba cuerpo y alma en la relojería, en tallar los relojes de madera, en arreglar los engranajes de los viejos relojes.
 Él decía que el engranaje era la máquina que los mantenía con vida, su corazón. 
Que los relojes también sentían las manos de su creador, y el cariño que les insuflaba.
 Yo siempre pensé que su corazón funcionaba como un reloj: miles de ruedecitas, unas más grandes que otras, circunferencias perfectas con cientos de dientecillos, que encajaban entre sí como el más perfecto mecanismo jamás creado. Él y todas sus creaciones eran pura magia. 
Eso era lo más bonito que recuerdo de él. El problema es que se entregaba demasiado a su trabajo. Pasaba noches enteras en el taller, bajo la luz del candil, dedicado por completo a la creación de nuevos relojes. Dormía apenas unas horas, lo suficiente para poder estar en pie al día siguiente.
 Él no era consciente de que no le dedicaba el tiempo necesario a su mujer y a su hijo.
 Mamá estaba harta de esa situación, lo quería muchísimo, pero se sentía tremendamente sola.
 Ella creía que había fracasado como esposa. Y se culpaba a sí misma. Por eso, un día, pensando que era lo mejor para él, decidió apartarse de su vida (de nuestra vida). Rememoro esa noche.
 Yo era un crío, no superaría los siete años. Eran las cuatro de la mañana y papá aún no había vuelto a casa. Madre entró a mi habitación y me besó en la mejilla derecha, después en la nariz y por último en la frente. Me apartó mi cabello alborotado para poder regalarme una última caricia.
 Yo seguí inmóvil, sin saber lo que ocurría. Una lágrima calló a la comisura de mis labios, y no era mía. Pobre mamá, debí de retenerla y decirle lo mucho que la quería.
 Era tan inocente que no me di cuenta de que era una despedida. Seguí con mis ojos cerrados, haciéndome el dormido, sorprendido por esa muestra de amor, y sin poder atribuirle un motivo. Durante el resto de la noche, dí vueltas en mi cama sin poder conciliar el sueño.


lunes, 19 de agosto de 2013

Hoy volví a comprender.

Hoy volví a comprender que la piel no se rompe, se arruga.
Que las sonrisas están destinadas, y sino perdían toda belleza.
Hoy volví a comprender que el aire sabe a cielo,
que puedo tocar el alma con los dedos.
Hoy volví a comprender que las mareas idolatran a la luna,
que los solsticios también pueden ser iridiscentes.
Hoy volví a comprender que esta amalgama de palabras
no tiene por qué tener un sentido definido,
que cada uno interpreta lo que siente y como lo siente.
Que no hay tesoro sin siete reliquias.
Hoy volví a comprender que el tiempo era mi vicio.
que la noche era mi refugio.
Que no hay caja de música sin melodía.
Hoy volví a comprender que
la lluvia inmortalizada en mi ventana es agua de vida,
que no hay río sin cauce, que no hay historia sin leyenda.
Hoy volví a comprender que no hay trébol sin sombra,
ni suerte sin cuatro hojas.

El final esquivo que no quería ser escrito

Nina no era más que una joven chica de diecisiete lunas llenas recién cumplidas.
Iba camino de ser mujer, aunque ella aseguraba que no quería perder su inocencia tan pronto.
Probablemente, jamás lo haría.
Ella era sencilla, transparente, cristalina. No había amado nunca, los rechazos y no correspondidos la habían acompañado siempre. Ella había sentido cosas, pero no sería justo asociarlas con el amor.
Como consecuencia, había creado una burbuja en torno a su corazón.
Más resistente de lo que parecía. La rodeaba un aura de ternura e ilusión.
Aunque a veces se sentía impotente por parecer tan frágil ante los demás.
Pocos sabían del vendaval de ideas que bullían en su mente, o la rebeldía ante ser limitada
que ocultaba su corazón.
Un verano, como otro cualquiera, una semana de oportunidades cayó del cielo.
Como por magia de arte.
Voló a Broadstairs, y emprendió un aprendizaje un tanto mediocre del inglés.


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 Y no sé cómo continuar. El problema es que me quedo atascada siempre en la parte en la que vienes tú.
¿Te lo puedes creer? Tú eras el que me animabas a escribir, a fluir toda la madeja de pensamientos que había dentro de esta (a veces atontada) mente. Y es que siempre estaba en mis mundos, inexistentes.
Con la mirada perdida, recreándome en tu sonrisa. Siempre tenías un nuevo engaño para hacerme volver a tierra firme. Con lo que yo ansiaba volar. Y mira que querías que volase contigo, pero no de la misma forma.
Eso fue lo que nos perdió. Distintos intereses. Hay maneras, y maneras de sentirse vivo. No teníamos el mismo concepto de soñar. Había chispa, pero no fuego.
Pero esa chispa era pura magia, no me quemaba, sino que creaba un reconfortante cosquilleo en mis mejillas. Coloreaba mi esencia. El problema es que tú querías más, y yo no fui capaz de satisfacerte.
Pretendías que fuese una mujer, de ideas claras y mente fría. Pero sigo siendo una cría. Una cría madura, sí, pero con unas tremendas carencias emotivas. Ya te advertí que mi interior no era bueno, que tenía oscuridad por miles de infiernos. Había estado alimentado todos estos años al monstruo que se cebaba con mi soledad, mis miedos, con mi desconfianza, inseguridades y autocompasión. Me devoraba. Llevaba mi propia prisión dondequiera que fuese. Aún no me he zafado de tal engendro. Lo peor es que ahora, tú le suministras indiferencia. Y qué quieres que te diga, preferiría un final letal a un desenlace incierto.

La chica de la brisa.

Ella no estaba hecha para esa vida. Ella amaba el silencio, las horas eternas sentada en el columpio que improvisó su padre con una rueda de tractor y una cuerda.
Ella estudiaba intentando descifrar el significado de las líneas en blanco.
Ella sólo era una simple mortal, aunque se sentía algo más especial que el resto.
Esa chica únicamente quería estar en el lugar más recóndito, con un bloc y un pincel.
Ella intentaba dar sentido a su vida con la música.
Ella, que había crecido sola y que lo seguía estando.
Aquella niña que fingía sonrisas,
que se podía enredar en tu piel como una liana pero a la que nunca podías retener.
Era admirada por todo el mundo, pero nadie sabía explicar cuál era su amanecer favorito.
Ella, que susurraba hojas, que vivía entre árboles.
Ella, la que se sentía luciérnaga por brillar con luz propia.
La amé con mi vida, entregándole cada retal de mi esencia.
La joven disfrutaba con mi compañía, aunque yo sabía que jamás sería mía.
Porque su corazón al Reino de la Magia pertenecía.

''Teoría subjetiva del fulgor estelar''

''Brillas con luz propia''. Para mí eso no es un piropo, es un piropazo de mucho cuidado.
Pero... ¿qué pensarán las estrellas de esto?
Seguro que se enojarían con el hacedor de aquellas palabras.
Lo que nadie sabe, es que los destellos que despuntan el cielo no son el simple reflejo, el eco del Sol.
Para nada. Es algo mucho más mágico... Reflejan la bondad del alma de las personas.
El número de estrellas que se encuentran suspendidas en el firmamento es equivalente a las personas existentes en la Tierra. Ya de otros mundos no me preguntes, pero tal vez.
Cada estrella, al nacer, escoge a su dueño. Ellas nos escogen a nosotros.
Eso explicaría fácilmente el por qué de la diferencia de luminosidad. Es muy relativo.
Cuanto más limpio y puro sea tu corazón y tu alma, más nítida y brillante será tu estrella.
Por el contrario, si están emponzoñados por sentimientos mundanos como la rabia, el odio, el rencor...
El fulgor de tu estrella se debilitará. Su brillo será tenue.
Nuestro envoltorio material, nuestro cuerpo, es un puente hacia el infinito del universo, que conecta nuestra esencia con ellas. Ellas, mis fieles compañeras, son sólo espejos que reflejan lo que nuestro interior les proyecta. Y tú, ¿sabes ya cuál es tu estrella? ¡¿A qué esperas?! ¡Corre a encontrarla!

Mientras que la imaginación me sostenga.

De pequeña, era una niña muy curiosa. Soñaba con volar, con poder hacerme invisible o camuflar.
Creía escuchar susurrar a los árboles mi nombre.
Esperaba poder entablar conversación con esa enorme araña que por las noches me atemorizaba.
Pensaba que si dormía con mi osito, el lobo no me comería.
Veía luz en cualquier rostro, no cuestionaba el corazón de otros.
Deseaba encontrar mi lugar entre el gentío.
Entraba en la cueva y me imaginaba la vida allí, contando estalactitas hasta que me dormí.
Y ahora que despierto de este sueño, me doy cuenta de que a pesar de los años, sigo siendo esa ingenua niña que creía en utopías.

Debilidades.

Mis dedos enredándose en tu cuello.
Recreándose en esa suavidad de ilusiones.
Riéndome de ti generando espasmos inducidos en cosquillas. Cosquillas.
Eso mismo. Seré tu pequeño monstruito que te haga retocer de risa y placer.
Embelleceré tu sonrisa con mis juegos sin fin.
Eres tan cálido...
Como los rayos que se filtran en la claraboya, que me acunan todas las mañanas.
Tenía ganas de escribirte, de sentirte en mi corazón.
Sólo tú sabes sacar esa niña con mirada perdida de entre la maleza.
¿Acaso es esto amor? Creo que sería incapaz de limitar con una palabra esta entrañable corriente de sensaciones.
Bailar sobre tu cuello, bajar las nubes del cielo y tumbarme sobre ellas mientras nos arrastramos en tu sien. Así.
Sometiste el arcoiris a tu mirada. Con él, hilaste una preciosa túnica para mí.
Túnica la cual todas las noches acaricia el desnudo cuerpo de la Reina de los Sueños. De tus sueños.

domingo, 18 de agosto de 2013

Retomando el blog

Bueno, pues animada por una chica que he conocido hoy (muy maja, de veras) por twitter, me dispongo a publicar fragmentos de ideas que escribí hace unas semanas, cuando la inspiración (o tú) me llamabas. Creo que lo dejo para mañana porque me caigo de sueño, pero escribiré, palabra de soñadora! :P