Las olas rompían contra él,
lo idolatraban,
pero él no encontraba guía
en la luz que proyectaba.
Cansado de que todas esas preciosas embarcaciones
(veleros, buques, transatlánticos...) le esquivasen,
decidió buscar el amor por sí mismo.
Una noche estalló su foco en mil pedazos,
la ira y el desconsuelo consumían sus pilares.
Entonces todos los navíos sucumbieron a su encanto:
confundidos y atraídos por la oscuridad,
naufragaron en su inexpugnable acantilado.
Saciado de amor,
el faro acogió todas esas ruinas
como victorias consecutivas.
Aunque lo único que logró
es ahondar más
en ese pozo de desesperación.
Un día,
un intrépido viajero repuso su luz,
acarició su nuevo corazón iridiscente
y cuidó de él por siempre.
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