Aunque este mar ya no esté en tempestad, sigue augurando un mal presagio.
Varias alternativas: romper contra la orilla - y desfogar estas ilusiones que renacen en mi corazón-
o sucumbir ante el tsunami -de argumentos, pretextos, excusas- para no entregar mi esencia a unas manos casi desconocidas.
Qué bien se está con el mar en calma. El corazón en temple, no quiere dar el paso a decidir el futuro.
¿Por qué todo se limita a: amar o no amar?
¿Dónde quedan el resto de posibilidades que evoca cada pliegue del abanico?
Abandonados, replegados. Sometidos a la voluntad de la dueña,
que acaba de cerrar el abanico y poner fin al punto.
Aunque de vez en cuando le incita la curiosidad del: ¿cómo habría sido mi futuro si hubiese elegido una opción?
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