lunes, 29 de julio de 2013

Incertidumbres varias, y de todos los colores.

Y tanto. Liberar ideas, escupir sentimientos, darle forma a todo este desbarajuste de emociones.
Aunque este mar ya no esté en tempestad, sigue augurando un mal presagio.
Varias alternativas: romper contra la orilla - y desfogar estas ilusiones que renacen en mi corazón-
 o sucumbir ante el tsunami -de argumentos, pretextos, excusas- para no entregar mi esencia a unas manos casi desconocidas.
Qué bien se está con el mar en calma. El corazón en temple, no quiere dar el paso a decidir el futuro.
¿Por qué todo se limita a: amar o no amar? 
¿Dónde quedan el resto de posibilidades que evoca cada pliegue del abanico?
Abandonados, replegados. Sometidos a la voluntad de la dueña,
 que acaba de cerrar el abanico y poner fin al punto.
Aunque de vez en cuando le incita la curiosidad del: ¿cómo habría sido mi futuro si hubiese elegido una opción?

Un rincón para sentir.

Descubrí hace poco este lugar. 
Un oasis para perderme, entre tanta cotidianidad.
 Por las tardes de verano, me sumergía entre las páginas de un libro, 
o hacía mío un folio con singulares bosquejos.
 Me encontraba entre pensamientos,
 y la tarde me acompañaba con esos matices anaranjados, dorados y asolanados.
 No me había fijado nunca en que existía un sitio tan tremendamente fascinante en el interior de mi casa.
 Yo, que siempre había soñado con un desván abuhardillado lleno de libros, instrumentos, y fantasías.
 Con el toque bohemio que siempre caracterizaba todo lo que anhelaba. 
Pero no, era un simple patio, con enredaderas
 que se entrelazaban creando un sendero donde lo imposible se hacía sueño.
 Me tumbaba en el sofá, acomodaba mis pies en la mesa y dejaba que las horas recorriesen mi cuerpo.
 Eran ellas quién me consumían.
 Pero no con fervor, sino con cariño,
 como si hubiesen entendido que aquel era mi refugio
Mi refugio contra daños externos a mi corazón.
 Allí me redescubría a mí misma. Una dimensión paralela inexistente.
 Cómo me ha gustado siempre soñar, desde pequeña. 
He preferido pasar un buen rato con un personaje de un libro, inventar conversaciones con el alma gemela que nunca encontraría. A día de hoy, no estoy tan segura.
 Ahora mismo deseo ronronear entre cojines, ser gatito negro.
 Para no atraer las caricias de los demás, para darles mal augurio. 
Para repeler el posible daño que pudieran hacerme. 
Mejor así. Cuanto más rara sea, más se apartará el mundo de mí.
 Miedo a lo raro, miedo a lo incomprensible. Y que no cambie.