miércoles, 11 de septiembre de 2013

¿Podrías hacer algo por mí? Mantenla viva en tu recuerdo.

Caminaba -o mejor dicho, levitaba- entre pensamientos y deseos.
No se atrevía a alejarse de ellos, pero tampoco a recogerlos.
Temía volar, pero no quería quedarse anclada en el pasado.
No sabía muy bien qué era lo que la retenía: si era su risa o sus prisas por apresarla.
Ahora, su mirada era gris, un gris progresivo que se tornaba en blanco.
Todo su ser estaba diluido.
Antaño, sus ojos eran dos esquirlas robadas del propio arcoíris.
Su piel, del color de la miel, sonrosadas sus mejillas.
En sus cabellos se enredaban las estrellas perdidas que caían del universo.
Las pequeñas encontraban un mimoso hogar entre sus infinitos bucles y tirabuzones.
En sus labios anidaban mariposas a punto de volar.
Cuando sonreía, dos cavidades se creaban en los extremos de su boca: hoyuelos.
Allí se hallban las lágrimas que se rendían a su paso.
Sólo la vi una vez llorar, y créeme, se me quebraron las ilusiones.
Su pecho, ay, su pecho.
Me tenía subyugado a los latidos de su corazón.
Ella dictaba el ritmo de sus pulsaciones, las modelaba para crear
-cada día- la melodía que más se adecuaba a su estado de ánimo.
Sus dedos parecían retoños de primaveras.
Me estremezco nada más recordar como tocaba mi alma con ellos.
Su ombligo, el lugar donde guardaba mis víveres.
Su boca, el odre de mis deseos.
Sus lunares, las coordenadas que llevaban a buen puerto mi barco.
Sus pecas, las huellas de su juventud.
¿Las mejillas? Dos grandes islas exóticas en las que naufragar.
¿Su cintura? Veo amigo, que ella también te está perdiendo.
Su cintura era el columpio con el que jugaba entre sueños.
Las caderas, el cuerpo de mi guitarra.
Sus pestañas, las cuerdas que me permitían tocarla.
Sus piernas evocaban dos placenteras plumas en las que refugiarme.
Incluso los pies eran perfectos, me pasaría horas eternas arrastrando mi nariz por ellos.
¡Me olvido de su voz!
Con ella creaba poesía. Invocaba versos del olvido, 
palabras aún sin florecer, erizaba mis cosquillas.
Me envolvía en su aureola de seducción. 
Me volvía loco, loco por desgarrar toda esa pureza, la inocencia de su suave caminar.
¿Y sabes qué era lo mejor, compañero?
Su esencia. Toda la belleza murió con ella, 
pero su quintaesencia se quedó conmigo, arropada entre mis recuerdos.
Por eso ya no sabe si volar, o levitar.
Está tan agusto entre mi mente y mis pensamientos, que no quiere marcharse.
Mientras duermo, la dejo deambular entre las estancias de mi memoria,
para que sea ella la que me arrastre hasta la inconsciencia 
y le dé rienda suelta a mis sueños.



Seamos lluvia en el mar.
Seamos puntos suspensivos en un descenso.
Seamos la mariposa que se filtra en nuestro vientre.
Seamos, seamos.
Seamos vida en el cáliz del tormento.
Seamos turistas en el cielo.
Seamos invitados a sueños ajenos.
Seamos ventisca en invierno.
Seamos la avalancha de paz
  que se cierne en lo averno
 Seamos esclavos de nuestro propio infierno.
  Seamos, seamos.

Seamos noviembre en enero.